
En la Ciudad de México, la basura dejó de ser un asunto que podía resolverse solo con más camiones o nuevos destinos finales. La cantidad de residuos creció al ritmo de la ciudad y terminó por tensar un sistema que ya operaba al límite. En ese punto comenzó a tomar forma basura cero, no como consigna, sino como una reorganización necesaria del manejo de residuos urbanos.
Desde el inicio, el enfoque se centró en reducir lo que llegaba a rellenos sanitarios y en ordenar el recorrido de cada residuo desde el lugar donde se genera. La ciudad no necesitaba producir menos de inmediato; necesitaba manejar mejor lo que ya producía.
2019: el punto de quiebre de basura cero
En 2019, la capital generaba alrededor de trece mil toneladas diarias de residuos urbanos, además de una carga constante de residuos de construcciones. De ese volumen, más de ocho mil toneladas terminaban cada día en disposición final, con un costo público elevado y una presión ambiental sostenida. Ese escenario marcó el arranque formal de basura cero como línea de acción.
La meta trazada era: reducir de manera progresiva el volumen enviado a rellenos sanitarios y fortalecer la separación como eje operativo. El cambio no dependía solo de infraestructura, sino de cómo se clasificaban los residuos desde su origen.

Basura cero como base del sistema
Desde su implementación, basura cero se apoyó en la separación diferenciada establecida por la Norma Ambiental NADF-024-AMBT-2013. Esta norma define cómo organizar los residuos para favorecer su aprovechamiento y evitar que se mezclen flujos con destinos distintos. La claridad en la clasificación se volvió indispensable para que el sistema respondiera.
Los residuos orgánicos ocuparon un lugar central. Restos de alimentos y materiales de origen vegetal representan una fracción importante del total generado y, cuando se separan correctamente, pueden transformarse en composta. Esto reduce volumen, recorridos de transporte y carga sobre la infraestructura de disposición final.
Los inorgánicos reciclables forman otra pieza clave. Cartón, vidrio, metales y plásticos mantienen su valor únicamente si llegan limpios y bien clasificados. La separación en hogares, oficinas y comercios define si estos materiales se aprovechan o se pierden en el proceso.
Los inorgánicos no reciclables, entre ellos los residuos sanitarios, siguen rutas diferenciadas dentro del sistema. Materiales como colillas de cigarro, toallas sanitarias, papel de baño, pañuelos desechables o chicles requieren un manejo separado para no contaminar otras fracciones y mantener la operación estable.

2020–2022: ajustes operativos
Durante los primeros años, basura cero avanzó entre ajustes y correcciones. Las rutas de recolección se modificaron, la infraestructura se reforzó y la separación comenzó a integrarse de forma más clara en la rutina urbana. No fue un cambio inmediato, sino un proceso de aprendizaje continuo.
En este periodo, la ciudad identificó que la mayor parte de los errores ocurrían en el origen del residuo. Una bolsa mal separada podía afectar todo el recorrido posterior. La separación empezó a asumirse como una condición para que el sistema funcionara.
2022 a 2024: reducir lo que llega
Con el sistema más ordenado, basura cero se enfocó en disminuir de forma tangible el envío a rellenos sanitarios. El objetivo era reducir hasta en un setenta y cinco por ciento la tasa respecto a 2019. Para lograrlo, se reforzó el control de grandes generadores y se mejoró la coordinación entre separación y recolección.
La reducción no dependía de un solo actor. Hogares, espacios de trabajo y servicios públicos formaban parte del mismo circuito. Cada residuo correctamente separado alivió presión sobre el sistema y permitió avanzar hacia un manejo más eficiente.

2024–2025: comienza a tomar forma
A medida que el volumen enviado a disposición final comenzó a bajar, basura cero abrió paso al aprovechamiento de materiales. La fracción orgánica adquirió un papel estratégico por su vínculo con procesos de compostaje y mejora de suelos urbanos. Los residuos reciclables, por su parte, se integraron con mayor claridad a cadenas de reutilización.
En este punto, la lógica de la economía circular empezó a operar en la práctica. Los residuos dejaron de ser únicamente un problema de recolección y comenzaron a incorporarse a nuevos ciclos dentro de la ciudad, siempre que la separación fuera correcta.
Finales de 2025
Hacia finales de 2025 se presentó el programa Transforma tu ciudad, cada residuo en su lugar, como parte del refuerzo de basura cero. Esta etapa no introdujo nuevas categorías, sino que alineó colores, calendarios y criterios para reducir confusión y preparar una transición operativa más clara.
El objetivo fue ordenar el sistema antes de simplificarlo. La separación necesitaba ser entendible para sostener el siguiente paso sin retrocesos.

2026: basura cero entra en una nueva etapa
A partir del 1 de enero de 2026, el esquema de separación se concentra en tres fracciones: residuos orgánicos, inorgánicos reciclables y residuos especiales, donde se agrupan los residuos sanitarios. Esta simplificación aprovecha el orden previo y reduce errores en la clasificación cotidiana.
La obligatoriedad del esquema busca recuperar o aprovechar al menos la mitad de los residuos generados diariamente. La prioridad inicial es operativa y de información, con énfasis en que el sistema funcione de forma continua.
Un sistema que reordena la ciudad
El impacto de basura cero se refleja en rutas más eficientes, menor presión sobre la infraestructura y un manejo más claro de los residuos urbanos. La ciudad no elimina su basura; reorganiza su recorrido. Cada ajuste en la separación mejora la estabilidad del sistema y reduce costos acumulados.
A lo largo de este proceso, la Ciudad de México ha construido un modelo que responde a su escala y complejidad. Basura cero se consolida como una forma de ordenar el manejo de residuos y de integrar su gestión al funcionamiento cotidiano del entorno urbano.























